sábado, 18 de enero de 2014

¡Silencio!

Cuento inventado doce


Creo que la mitad de mis males se deben a no decir, o a no hacer, las cosas que debería de decir o de hacer, cuando es preciso. La otra mitad, la que hoy me interesa, la atribuyo a la falta de silencio en mi vida. Aquí explico un cuento al uso.

Érase una vez una persona que huía del silencio como el gato huye del perro y el ratón del gato.

Por la mañana, cuando despertaba, conectaba la radio para saber las noticias.
Luego, cuando iba al trabajo, no paraba de hablar por teléfono.
A la vuelta, enchufaba el televisor y se quedaba viéndolo hasta que quedaba dormido. Y así día tras día.

Un día esta persona se empezó a encontrar mal. No sabía cuál era la causa de su dolor y visitó a diversos médicos para que le recetaran algo que le ayudara a curarse y sentirse mejor.

No encontró remedio en medicinas o tratamientos.

Hasta que un día encontró a un sabio, tal vez la persona más sabia de todo el país. Y le dijo que lo mejor para curarse era encontrar la paz.

El hombre, un poco decepcionado, dijo que no sabía dónde encontrar la paz. Empezó por ir al mercado, a comprarla en una tienda. Pero no halló ninguna tienda especializada.


Luego, miró en Internet y en televisión, buscando cómo conseguir la paz. No tuvo éxito.

También preguntó a sus amistades, y no resolvió su problema.

Finalmente, un día cayeron casualmente en sus manos unas palabras de una persona santa, llamada Teresa, que vivió en Calcuta, y que había hecho mucho bien a miles de personas.

Esas palabras decían:  
"El fruto del silencio, es la oración. 
El fruto de la oración, es la fe. 
El fruto de la fe, es el amor. 
El fruto del amor es el servicio. 
El fruto del servicio, es la paz".

El hombre dijo "por fin alguien me dice cómo conseguir la paz".

Así que un día se decidió a probar el silencio: por una vez en su vida, se retiró de todas sus distracciones e incluso de si mismo durante un rato. No tuvo que ir muy lejos, ni vivir complicadas experiencias. Sólo tuvo que encontrar un lugar y un momento preciso.

Aquel día descubrió muchas cosas.

La primera es que el silencio es al corazón de las personas, lo que la música a los oídos y el vino al paladar: alegra, pone a tono, hace cosquillas...

Del silencio, el hombre obtuvo la ilusión, la esperanza y la comprensión. Consiguió rebajar sus malos sentimientos y su malestar. Amplió lo que le hacía sentirse común con los demás.

Mediante el silencio, el hombre se hermanó con otros seres humanos.

Finalmente, el hombre halló a la divinidad, en ese silencio. Dios le esperaba allí. Entendió, al cabo de los años que, como Dios no tiene otra forma más directa de hablar con el hombre, siempre espera a que el hombre se calle y escuche.

El hombre oyó a Dios y obtuvo grandes recompensas.

Fin.

El silencio da paz, pero la tentación de no dejar hablar a los demás es muy grande... Hay tantas cosas que reclaman nuestra atención... pero, a la vez, hay tan pocas que de verdad valen la pena...!

Del silencio, como del nadar, uno aprende tirándose de cabeza. Así que ¡¡ssssssshhhhhhhh!!, un poco de silencio nos dará paz.

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