miércoles, 12 de febrero de 2014

Lápiz y personas

Cuento inventado diecinueve


Un niño observaba a su abuelo mientras éste escribía una carta, con un lápiz.

El niño pregunta al abuelo cuál es el contenido de la carta y el destinatario.

El abuelo responde: "escribo sobre tí. Pero lo importante no es lo que digo, sino el lápiz con el que escribo. ¿Quieres saber por qué?".

El niño se fija en el lápiz, sin hallar nada en particular y dice: "claro, abuelo, pero el lápiz no tiene nada de extraordinario... ¿por qué me dices que es importante?"

El abuelo responde: "hijito, un lápiz es muy importante. Y lo es por cinco motivos":

"En primer lugar, porque, al igual que el lápiz, tú podrás hacer grandes cosas en la vida, pero lo importante no serás tú, sino la mano o el sentimiento que te guíe. Tú siempre tendrás que guiarte por Dios, o por el amor a los demás".

"En segundo, porque, de tanto en tanto, tendrás que sacarle punta al lápiz. Yo sé que la madera del lápìz sufre cuando la afilo, pero es necesario para que pueda escribir bien. Igualmente, las personas debemos depurarnos y corregirnos, a veces con algo de dolor, para ser mejores."

"En tercero porque las personas, como los lápices, necesitamos una goma de borrar para la mayoría de errores que cometemos. Pedir perdón es una de las cosas que más nos ayudan para mejorar nuestra existencia"

"En cuarto, porque lo importante del lápiz no es la madera, sino el grafito que hay en ella. En el caso de las personas sucede lo mismo: el aspecto no es importante. Lo importante es lo que tenemos dentro".

"Y en quinto y último lugar, porque, al igual que los lápices, las personas dejamos siempre una marca allí por donde pasamos. Así que hay que ir con cuidado con lo que hacemos en cada momento".

"Sé un buen lápiz", le dijo el abuelo a su nieto.

"Gracias abuelo", le repuso el nieto.

sábado, 8 de febrero de 2014

Tazas llenas, aprendizaje vacío

Cuento inventado dieciocho


En la antigua China milenaria existía un bravo guerrero. Invicto, había combatido en las batallas más grandes y gloriosas. Se había forjado una leyenda.

Entre guerra y guerra, quiso visitar a un maestro en sabiduría, muy venerado por la profundidad de sus palabras y de sus silencios. Decidido, el guerrero quería aprender hasta el más mínimo detalle de su sabiduría, por si podía aplicarla en sus batallas.

El guerrero llegó a la cabaña del sabio. Solo y desarmado. Se lo encontró sentado, meditando al lado del fuego.

Empezó a explicarle al maestro sus muchas aventuras y los éxitos cosechados combate a combate, muerte a muerte. Le habló de los tesoros, de las victorias, de los saqueos, de las mutilaciones, de los reinos que había coquistado, del liderazgo que le infundía a sus soldados y de lo mucho que era capaz de dar órdenes.

Así, explicando sus glorias, el guerrero estuvo hablando un largo rato. Hasta que paró para pedir agua al maestro, porque tenía sed.

El maestro, que hasta entonces había estado callado, le entregó una taza vacía. Luego sacó una tetera que estaba calentándose al lado del fuego y se dispuso a servirle al guerrero.

Al principio, vertió un poco de té en la taza. Pero no se detuvo ahí, y se la llenó del todo. Y tampoco se detuvo. El maestro le llenó la taza al guerrero hasta que la taza se colmó. Y seguía sirviendo y sirviendo té.

El guerrero, que había empezado a hablar hacía un rato, volvió a pararse y a callar. Le dijo al maestro: "Maestro, ¿no os dáis cuenta de que estáis vertiendo el té fuera de la taza? ¿No véis que mi taza ya está llena y no cabe más té en ella?"

El maestro respondió: "exacto, señor guerrero. Usted vino con la taza llena a mi casa. ¿Cómo espera aprender alguna cosa de mí?. A menos que vacíe su taza, no se la puedo llenar con nada".

El guerrero se dio cuenta. Calló, se olvidó de quien era por un rato y, así, empezó a aprender de verdad.

miércoles, 5 de febrero de 2014

A tu ángel le llamarás 'mamá'

Cuento inventado diecisiete


A mi madre, que volvió a la presencia de Dios, no hace mucho.


Dice la leyenda que en el Limbo habitaba un niño que todavía no había nacido y que tenía la capacidad de hablar con Dios.

"Parece ser", le dijo a Dios, "que mañana me vas a enviar a la tierra, Señor"

"Así es", le dijo Dios.

"Pero, cómo voy a poder sobrevivir si soy tan pequeño y estoy tan indefenso", dijo el niño.

"Entre los muchos ángeles que tengo a mi cargo, he escogido a uno que te está esperando y que te va a cuidar", dijo Dios.

"De acuerdo, pero es que aquí en el cielo solo se canta y se ríe, y con eso yo soy muy feliz. Temo perder esa felicidad... Y, además, ¿cómo voy a entender lo que me diga la gente de la tierra, si no conozco la lengua en la que habla la gente?".

Dios le dijo: "Tu ángel te va a decir las palabras más dulces y tiernas que puedas escuchar. Y, con mucha paciencia y amor, te va a enseñar a hablar".

"Señor", dijo el niño, "¿cómo lo haré una vez en la tierra si quiero hablar contigo?".

"Tu ángel te juntará las manitas y te enseñará a rezar", dijo Dios.

"Pero siempre estaré triste porque no te podré ver más", dijo el niño.

"Tu ángel te hablará de mí y te enseñará el camino que tendrás que seguir para volver a mi presencia, a pesar de que yo siempre voy a estar a tu lado", dijo Dios.

"Señor", dijo el niño, "me han contado que en la tierra hay personas muy malvadas... ¿quién me defenderá de ellas, mientras yo no sea capaz por mi mismo?"...

"Tu ángel te defenderá, incluso al riesgo de perder su propia vida", dijo Dios.

En aquel momento se hizo una paz infinita en el cielo. Y el niño entendió que se estaba encarnando en la tierra. Así, con prisa, todavía le preguntó a Dios: "Señor, ya me estoy yendo, por favor dime el nombre de mi ángel, para que pueda llamarle tan pronto pueda hablar en la tierra. Será la primera palabra que voy a decir".

Y Dios le dijo: "a tu ángel, tú le llamarás 'mamá'".



sábado, 1 de febrero de 2014

Más sobre el dinero - el billete de 500 euros

Cuento inventado dieciséis


Un amigo llamó a su amiga para contarle que se sentía muy deprimido y agobiado. Necesitaba poder hablar con alguien de confianza e incluso llorar, si era necesario.

El amigo había recibido una bronca de su jefe y se sentía algo frustrado. Tambíen había sufrido reveses dolorosos en su salud y en sus relaciones afectivas. No se veía capaz de hacer nada.

Amigo y amiga se citaron en una cafetería para tomar algo, mientras hablaban.

El amigo le fue explicando sus problemas, uno por uno, a su amiga. Y también le dijo lo mal que se encontraba y lo poca cosa que se sentía.

La amiga metió la mano en su bolsillo. Sacó una billetera y de ésta sacó un billete de 500 euros, de esos que son tan poco frecuentes de ver.

Puso el billete encima de la mesa y le preguntó a su amigo: "Oye, ¿tú querrías este billete?"

El hombre respondió: "bueno, no entiendo a qué viene esto, pero, sí, claro que me gustaría tener un billete de 500 euros".

La mujer dobló el billete por la mitad. "Y ahora, ¿lo querrías también?".

El hombre respondió: "sí, claro. Es un billete de 500 euros. Doblado, pero sigue valiendo".

La mujer arrugó el billete de mala manera. "¿Y ahora?"

"Claro", dijo el hombre. "Es un billete arrugado, pero válido".

La mujer tiró el billete al suelo y lo pisoteó. Y luego, incluso, vertió algo del café que le quedaba en la taza encima del billete. "¿Y qué me dices ahora? ¿Lo sigues queriendo?".

El hombre respondió: "no entiendo por qué maltratas tanto ese billete. Pero, en fin: mientras el billete esté entero, puede estar doblado, arrugado, ensuciado o pisoteado... pero sigue teniendo valor, así que ¡claro que lo querría!".

"Pues muy bien: te lo doy", le dijo la mujer. "Y, escúchame: tú puedes compararte con el billete de 500 euros. Por doblado, dolido, deprimido, ensuciado, pisoteado o mal que te veas, tú sigues conservando todo tu valor".

El hombre entendió.

"Y ahora, quédate con mi billete y paga la cuenta. Me debes un billete de 500 euros nuevecito y limpio, para poder hacer este mismo truco con otros amigos, cuando lo necesiten", finalizó su amiga.