sábado, 25 de enero de 2014

El tiempo, piedras y belleza

Cuento inventado catorce


El maestro tenía a muchos alumnos a su cargo. Todos ellos buenos muchachos y muchachas. Jóvenes, llenos de energía e inquietos. Justo las virtudes que el maestro había perdido con los años. Pero los discípulos carecían de lo que al maestro le sobraba: sabiduría.

Les puso una prueba. Quería explicarles lo importante de aprovechar el tiempo de la vida, haciendo muchas cosas a la vez.

Ese día, en el aula, el maestro tomó un gran bote de cristal transparente y lo llenó de piedras del tamaño de puños. Les dijo: "Decidme: ¿el bote está lleno o está vacío?"

"Lleno", dijeron todos al unísono.

"Si está lleno", dijo el maestro, "es porque no cabe nada más, ¿verdad?".

"Sí", respondieron.

"Pues entonces no está lleno", dijo el sabio. Entonces tomó piedras del tamaño de gravilla y las metió dentro del bote, donde poco a poco fueron acomodándose entre las piedras del tamaño de puños.

"Y ahora, ¿está lleno?"

"Ahora sí, maestro", dijeron los discípulos.

"Pues tampoco está lleno", respondió el maestro, mientras tomaba un puñado de arena y, nuevamente, lo metía dentro del bote para rellenar los pequeños espacios que todavía se encontraban entre las piedras y la grava.

"Y ahora, ¿está lleno?"

"Ahora, seguro que sí, maestro", aseguraron los discípulos.

"¡Pues os equivocáis otra vez!", dijo el maestro, mientras vertía agua con una botella dentro del gran bote de cristal. El agua se coló por los microscópicos agujeros que quedaban entre la arena, la gravilla y la piedra.

"¿Y ahora?" preguntó.

"Ahora, maestro, parece que todo está lleno y que nada más va a caber ahí dentro", le dijo uno de los alumnos más aventajados.

El alumno le dijo: "maestro, creo que todos hemos entendido la moraleja de tu explicación: por mucho que parezca que estamos ocupados, siempre queda tiempo para algo más. Por mucho que nuestra agenda diaria parezca que va a explotar, siempre podemos dedicarnos a algo más. Porque el tiempo es algo flexible, que siempre puede dar de sí..."

El maestro respondió: "te felicito. Has entendido la moraleja de mi ejemplo. Pero permíteme que te sorprenda: el bote todavía no está lleno".

Los alumnos desconfiaron.

Y entonces, el maestro, salió al exterior. Tomó unos pétalos de rosa de un rosal cercano, y volvió al interior del aula. Puso los pétalos encima del bote. Ligeros como eran, éstos pétalos de rosas flotaban en el agua que casi rezumaba el tarro.

"¿Véis? Incluso con el bote lleno de piedras, grava, arena y agua, siempre queda espacio para un pétalo. Así que, con vuestra agenda cargada de trabajos de todo tipo, siempre os quedará algo de tiempo para contemplar la belleza".

Ese día los alumnos lo entendieron todo.


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