martes, 31 de diciembre de 2013

Astronauta del "Nosotros"

Cuento inventado siete


Érase una vez un astronauta que se bajó de su cohete y se fue de ahí, dejando a todos plantados.

Cuando los periodistas le preguntaron, dijo que no quería salir a explorar el espacio exterior.

No es que le pareciera una tontería o que fuera un holgazán. Todo lo contrario, él quería descubrir nuevos mundos y era además muy trabajdor.

De hecho, dijo que quería seguir siendo astronauta explorador hasta que muriera de viejo.

"¿Para qué salir al espacio?", dijo, "si lo que a mí me gustaría sería descubrir vida inteligente aquí mismo, en el planeta Tierra".

Y lo decía así porque sospechaba que, además del planeta "Yo" y del planeta "Mí", también había un planeta llamado "Tú" y un "Él" y un "Ella".

Aseguró a la prensa que "llegar a descubrir el planeta 'Nosotros' sería la más apasionante aventura de la Humanidad".

Tras años de dedicación en ese empeño verificó que, efectivamente, existía un "Nosotros" distribuido por todos los países del mundo. Y así, descubrió millones de nuevas formas de vida y de nuevos planetas habitados.

Antes de morir de viejo, los periodistas le volvieron a preguntar si se arrepentía de haber dejado el cohete abandonado aquel día tan famoso.

"¿Por qué?", dijo. "En vez de querer ser el primero en llegar a Marte, quise ser de los primeros en llegar a los demás. Y descubrí que había vida inteligente. En abundancia".



sábado, 28 de diciembre de 2013

El hombre que dejó de ser zorro

Cuento inventado seis


Conocí a una persona que se aprovechaba de los demás, haciéndose pasar por herido, cuando estaba sano. Le dedico este cuento.


Érase una vez un bosque, lleno de árboles y de animales.

En ese bosque vivía un pequeño cachorro de zorro, de no más de tres meses de edad, que salió de su madriguera persiguiendo el sonido de un pájaro y se perdió.

Deambuló un buen rato, buscando el camino de su hogar y el cariño de su mamá. Pero cayó en una trampa terrible, preparada por el hombre para cazar lobos, leones y otras fieras.

El zorrillo se liberó del cepo, pero perdió una piernecita y quedó incapacitado para salir a cazar y alimentarse, como hacen los zorros que viven en el bosque, para crecer y hacerse fuertes.

Tras aquel episodio, el pequeño animalito sólo podía quedarse en el suelo, viendo de lejos cómo sus hermanos salían a cazar conejos, ratones y lagartijas.

La vida del zorrillo hubiera corrido peligro de no ser porque cada día, por la mañana, una leona fuerte y orgullosa, pero también misericordiosa, le llevaba unos trocitos de carne de su propia caza. Se los ponía en el hocico y luego se iba.

De este modo el zorrillo subsistía a la sombra de la leona.

Un cazador que moraba en el bosque observó ese proceso tan insólito durante años. Pensó: "qué cómoda y fácil es la vida de este zorro. Cada día la leona le da de comer y no le falta de nada, a pesar de no trabajar para ganárselo... ¿sabes qué? Yo también quiero ser como el zorro", dijo.

Así que el hombre, que era holgazán y muy estúpido, se estiró en el suelo y se quedó quieto esperando a que alguien le llevara la comida.

Tras cuatro días de inactividad, yacente en el suelo, el hombre se encontraba famélico y veía, para su desesperación, que nadie aparecía para traerle la comida.

Finalmente apareció un ángel que, casualmente, pasaba volando ese día por el bosque. Se le acercó y le dijo: "¿Qué haces tirado en el suelo?"

La respuesta del cazador fue: "Yo estoy aquí, esperando que alguien me alimente, como la leona lo hace con el pequeño zorro".

El ángel le contestó: "¿Sabes? Dios no te creó para ser un zorro, sino un león. ¡Anda y levántate, gandúl! Búscate tu alimento y lleva también comida a los animales enfermos que lo necesitan y que esperan recibirlo de ti". Y se fue volando.

A partir de aquel día ningún otro zorrillo herido, ni ningún otro animal, pasaron hambre en aquel bosque.

Y todo porque el hombre dejó de ser zorro.

miércoles, 25 de diciembre de 2013

El Belén y el extintor

Cuento inventado cinco


Un cuento ligeramente navideño. Recuerdo como si fuera ayer el día en que la maestra nos llevó de excursión a visitar un museo lleno de cuadros. 


Érase una vez unos niños que iban a la escuela. Un día, la maestra les propuso ir de excursión a un museo de un famoso pintor. Emocionados, los niños respondieron que irían encantados. Pero no sabían lo que era un museo.

Al llegar al recinto, se encontraron con una señal que pedía silencio y orden a todos los visitantes. Así pues, la maestra les dijo a todos que se comportaran adecuadamente, como adultos.

Tras del grupo de niños venía un contingente de turistas, venidos de tierras lejanas. Silenciosos y atentos, iban paseando tranquilamente por todas las salas del museo, observando todo y disfrutando de cada cuadro como la obra de arte única que era.

Los turistas tenían que avanzar lentamente por las salas, a causa de la lentitud de algunos niños, que se iban rezagando mientras atendían a las explicaciones de la maestra. Aguantaron estoicamente, entendiendo que se trataba de niños y que debían dejar que aprendieran sobre aquellas maravillas de cuadros.

Dentro de la clase habían algunos niños muy revoltosos a los que las explicaciones de la maestra aburrían mucho. Decidieron hacer travesuras. Pero como la maestra y el vigilante del museo les reñían si hablaban o reían más fuerte de lo usual, prefirieron preparar sus bromas en voz baja.

"Mira", susurró uno de los niños revoltosos a otro, "allí hay un extintor, colgado de una pared. ¿Qué te parece si nos qedamos quietos delante de él y hacemos como si lo observáramos con gran atención?"

Dicho y hecho, media docena de niños se quedaron mirando al extintor de cerca y asintiendo con la cabeza como si, en verdad, se tratara de una obra de arte.

Cuando los turistas les alcanzaron, los niños salieron corriendo y se escondieron tras una esquina para contemplar la escena.

Realmente fue muy gracioso, pues muchos de los turistas se quedaron contemplando el extintor, tratando de identificar qué había atraído la atención de los pequeños durante tanto rato. Primero llegaron dos, luego otros dos, luego cuatro y así, hasta una docena de turistas se pusieron a mirar el extintor del derecho y del revés, como si se tratara de una pieza de arte del museo.

Los niños revoltosos rieron abundantemente durante el resto de la visita, porque habían conseguido engañar a los turistas y hacerles creer que una cosa sin importancia tenía un gran interés. No prestaron atención a nada más que a sus risas y a su travesura.

Uno de esos niños era yo.

Años después me di cuenta de lo que me perdí al no prestar la atención debida a los cuadros de aquel artista genial, que tenía por nombre Pablo Picasso. Nunca más tuve la ocasión de ver esos cuadros que me perdí.

Seguro que, sin embargo, aquellos turistas habrán visto montones de otros extintores a lo largo de sus vidas.

En estos días tan señalados para una buena parte de la humanidad, es posible que alguno de los lectores haya montado un Belén en casa, o un arbol de Navidad, o que haya recibido postales de felicitación y buenos deseos. 

Me he acordado del cuento de los niños en el museo porque, hasta ahora, he observado los adornos navideños, las buenas intenciones y deseos y el Belén como si fueran extintores, en vez de "Picassos".

Creo que trataré de observar con detalle todos esos signos de la Navidad como si fueran "Picassos", en vez de extintores.

Si le presto atención a las cosas, sin duda encontraré cosas cautivadoras. 

Valdrá la pena intentarlo. 

Feliz Navidad.

sábado, 21 de diciembre de 2013

El crack del balón - ¿Quién vivirá su vida mejor que uno mismo?

Cuento inventado cuatro


Recuerdo aquel equipo de fútbol que ganó la competición hace unos años. Eran muy buenos. Recuerdo especialmente a un jugador sensacional, como he visto pocos. Y a su alrededor estaban otros jugadores, que no salían tantas veces en televisión ni en los periódicos. Pero, en cambio, se esforzaban mucho en su trabajo.

Y fue gracias a la concentración del guardameta, que detuvo aquel lanzamiento tan importante del rival, y a la atención de los defensas, que evitaron el peligro, y al olfato de gol de los delanteros y a la pericia de los lanzadores de faltas como, juntamente con el crack del balón, el equipo salió vencedor.

El día que la estrella se lesionó, el equipo siguió ganando partidos, aunque no podía contar con la habilidad del temible jugador. Uno solo no es nada. El grupo lo es todo.

Érase una vez un niño que vivía apasionado por el famoso crack del balón. Coleccionaba fotografías, cromos y recortes de periódico de la estrella y, por las noches, soñaba con él. 

Un día el niño llegó a su casa llorando desconsolado. Se había peleado con otros niños en el recreo, porque todos querían ser el crack del balón en el patio. Tras la pelea, otro niño más fuerte se había quedado con el derecho a ser llamado crack del balón. Y el pobre niño llegó a su casa humillado y deprimido.

Su papá, que era mayor que él y había visto jugar mucho al fútbol, le preguntó: "dime, hijo, ¿qué jugador es tu preferido?". Y el niño respondió: "mi preferido es el crack del balón, papá".

"Y dime, hijo, ¿cómo de bueno es el crack del balón?", preguntó el padre.

"Es el mejor del mundo, papá. Es el mejor del mundo, pues nadie sabe jugar tanto como él".

"Y si el crack del balón jugara él sólo contra un equipo de cinco jugadores, ¿quién ganaría?"

"Sin duda el crack del balón podría con los cinco, papá".

"Y si el crack del balón jugara él sólo contra un equipo de once jugadores, ¿quién ganaría?".

"Bueno", el niño dudó antes de responder, "sin duda el crack del balón es muy bueno, pero tal vez no podría con los once".

"¡Bien!", dijo el padre. "Verás hijo: la gente le da demasiada importancia a un solo jugador o a una sola pieza del juego. Y todo porque la gente quiere ser protagonista. Pero si no fuera por el resto del equipo, no habría posibilidad de éxito. Primera lección: jugar en equipo es siempre mejor que jugar solo".

El niño escuchaba atentamente.

"También te encontrarás con muchas personas en el mundo que no son conscientes de la importancia que tienen ellas mismas. Hay personas, muchas por desgracia, que no saben que juegan un papel único e irrepetible en la vida. Y no se dan la importancia que merecen. Eso es un error, porque nadie es sustituible y todo lo que tenemos por hacer, o lo hacemos nosotros o queda por hacer... ¿Quién vivirá su vida mejor que uno mismo, por ejemplo?"

"Así pues", siguió el padre, "si nadie puede vivir tu vida mejor que tú mismo y vives tu vida con mayor alegría que nadie, por fuerza tú debes de ser un crack en tu propia vida. Segunda lección: debes descubrir qué cosas hay en tu vida y cómo valorarlas, si quieres ser un crack de verdad".

"Sí, papá. Tienes razón".

"Y todavía un tercer aprendizaje. Seguir los dos consejos anteriores a la vez puede hacerte ganar todas las competiciones. A tí, y a unos cuantos más. Si pones tu talento al servicio del colectivo, vamos a ganar todos, ¿no crees?".

Ese día el niño dejó de admirar solamente al crack del balón y pasó a admirar al equipo entero.

miércoles, 18 de diciembre de 2013

Las dos herramientas

Cuento inventado tres


Tuve hace años un jefe que opinaba que su imagen era lo primero y lo principal. Que daba igual cómo tratar a los clientes y a los empleados si conseguía sus objetivos de reconocimiento y fama. La vida le dió una lección enorme. Y a mí también.

Lo cual me hizo pensar en un cuento de herramientas que eran propiedad de un dueño. Eran muy diferentes a la hora de entender lo que hacían y para qué.


Érase una vez dos herramientas que vivían en el taller de un carpintero.

La una era imponente: había resultado carísima, tanto en su fabricación como a la hora de comprarla. Su propietario había pagado una fortuna por ella y, en teoría, era la más perfecta de todas las herramientas a disposición de su dueño.

Esta herramienta debía servír para muchos propósitos. Era muy, muy, versátil. Estaba llena de lucecitas, indicadores y componentes de alta tecnología. Estaba pintada, además, con una delicada capa de alpaca brillante que le confería un tono de superioridad respecto a otras herramientas.

Pero su función concreta estaba poco clara.

El carpintero la adquirió a un precio, como decíamos, muy alto. Y tuvo grandes esperanzas depositadas en ella. Creyó que podría utilizarse para muchas cosas y, poder, podía. Pero a la hora de la verdad, la herramienta nunca estaba dispuesta a trabajar: siempre tenía algún desajuste, o estaba desafinada. No era, para nada, el mecanismo de precisión que todos esperaban.

Sin embargo, la herramienta se vanagloriaba de su perfección técnica y daba por descontado que había muy pocas tareas que fueran dignas de su esfuerzo.

"¡Soy perfecta!", decía. "¡Estoy preparada para cualquier labor y la puedo hacer con la máxima eficacia y economía!".

La herramienta estaba orgulosa de todo lo que, en teoría, podía hacer. Y era tan vanidosa que a la hora de la verdad resultaba muy compleja de emplear y el dueño, a la larga, dejó de utilizarla.

Encegada por su propia vanidad, la herramienta decía de si misma: "soy tan perfecta que mi amo no me hace trabajar porque no encuentra una tarea digna de mí". Y con ello se conformaba a quedarse guardada en el taller, colgada, inútil, pero, eso sí, "dentro del taller de un ilustre dueño", un carpintero que convertía pedazos inertes de madera en piezas de arte únicas e irrepetibles.

Por otro lado, existía en el taller un viejo cepillo para la madera. Desgastado, oxidado, tosco y sencillo... fabricado en otros tiempos.

Poco vistoso y rudimentario, rara vez el cepillo abría la boca. Era, en verdad, un cepillo muy humilde.

El carpintero, sin embargo, lo utilizaba siempre. Al amo le venía muy bien esa capacidad de sacrificio silente del cepillo: nunca se quejaba de lo que le hacían y siempre se podía contar con él para modelar las obras de arte únicas e irrepetibles del artista.

Los años de buen trabajo se veían reflejados en la maltratada superficie del cepillo.

"¡Tú no sabes hacer tantas tareas como yo!", le espetaba, ufana, la herramienta moderna al cepillo. Y era cierto que el cepillo tan solo cepillaba. Pero lo hacía a las mil maravillas.

Un día ambas herramientas tuvieron que competir. El carpintero las puso a prueba. Al final del día, el cepillo hizo un papel sublime, que dejó en mediocre el resultado de la herramienta más moderna.

"¿Cómo es posible, si soy mejor, más moderna y estoy más preparada que tú?", decía la herramienta derrotada.

Después de muchos años en silencio y humildad, el cepillo pronunció, por fin, unas palabras. Dijo:

"Da igual qué herramienta sea mejor de las dos. Lo importante aquí es el trabajo del carpintero, que es creativo, y modelador de las formas. Las herramientas nada hacemos. Es el dueño, quien lo hace todo. Si una herramienta está poco ajustada y falla permanentemente, el dueño tomará otra, tal vez no tan bonita, pero a fe mía que la hará trabajar igual de bien".

Y añadió: "Puedes estar tan bien fabricada, formada y preparada como quieras, que si no estás predispuesta a trabajar, no conseguirás nada. De ahí que un simple cepillo te haya vencido hoy".

A partir de ese momento, la herramienta moderna, que se había visto vanidosamente capaz de cumplir cualquier tarea, decidió centrarse en una sola tarea, no importaba cuál, y en hacerla tan bien como pudiera, ofreciéndole al artista una gran resolución y seguridad.

El dueño pudo hacer con ella una gran tarea con aquella herramienta que, finalmente, terminó sirviendo como lima, ahora sí, con gran humildad.


Moraleja: Al final del día importa lo que hacemos, y no el modo como lo explicamos.

sábado, 14 de diciembre de 2013

Reflexión inventada y triste

Cuento inventado dos


A veces me siento triste y perdido 

Me compadezco de mí mismo y me entran ganas de llorar por todas mis desgracias.

Pero cuando alzo la vista y veo el mundo

veo que mis desgracias son minúsculas.

Entonces me entran ganas de llorar porque soy un desgraciado.

Tan desgraciado que me atrevo a desear llorar

por todas mis minúsculas desgracias.


Otro día escribiré una reflexión inventada pero feliz.

miércoles, 11 de diciembre de 2013

El zurrón mágico y las caras de nube

Cuento inventado uno


De pequeño solía jugar a buscar y encontrar caras en las nubes. Hoy día, sin embargo, no dejo de ver nubes en las caras y las actitudes de la gente. Tal vez se deba a que hay muchas personas tristes en el mundo. O a que me volví viejo y dejé de mirar las nubes.

Me pregunto la razón y me acuerdo de un cuento inventado que me explicaron tiempo atrás.

Érase una vez un emperador de la China milenaria que salió un día a dar un paseo por una de las ciudades de su vasto imperio. Por el camino se encontró con un hombre pobre y de aspecto descuidado que pedía limosna a los transeúntes.

Dando por hecho que el mendigo le iba a pedir una caridad, el monarca se dirigió a él y en tono majestuoso y solemne le dijo: “Hombre, dime: ¿qué quieres que te dé? Yo soy el emperador, todo cuanto ves es mío y todo cuanto ves lo puedo conceder”.

El hombre, muy sencilla y respetuosamente, se atrevió a preguntar entonces: “¿de verdad, señor, me daréis aquello que os pida? ¿De verdad, señor, seríais capaz?”

El emperador, vanidoso, le responde: “yo soy la persona más poderosa de esta tierra, el más fuerte y capaz bajo la capa de los cielos. Así pues, dime qué deseo quieres que satisfaga y yo así lo haré, pues tales son mi poder y mi deseo”.

El mendigo le contesta: “aquí tengo un zurrón. Desearía ver, mi señor, si sois capaz de llenarlo de algo que sea valioso”.

El emperador ordena a uno de sus hombres que llene el zurrón del mendigo con monedas de oro y de plata. Pero cada vez que el zurrón parece llenarse, entonces, como por arte de magia, las monedas desaparecen y vuelve a quedar vacío.

Tras lo sucedido, el emperador, orgulloso, manda traer un carro lleno de oro, gemas, joyas y tesoros de incalculable valor, pues inconmensurable era su fortuna. Y ordena a uno de sus generales que llene con esas riquezas el zurrón del mendigo.

Pero igulamente, cada vez que tratan de llenarlo, el zurrón queda vacío por obra de un encantamiento.

El emperador manda traer entonces todo su tesoro imperial. Dice que nada le es imposible y que él debe llenar ese zurrón porque ese es su poder y su destino. “Incluso aunque pierda mi reino entero, debo llenar la bolsa ante mi pueblo, pues es mi fama lo que está en juego.”

Durante dos días enteros los sirvientes, soldados y adláteres imperiales desfilan por la ciudad acarreando tantas riquezas como jamás se habían visto reunidas en la tierra. Miles de personas se congregan en la zona, deseosas de ver lo que sucede.

Pieza por pieza, el zurrón hace desaparecer todo el tesoro y el emperador pierde su fortuna hasta quedar completamente en la ruina. “Me rindo”, dice.

“No puedo más. Ganaste. Pero dime, por favor, cuál es el secreto de tu zurrón, que nunca queda suficientemente lleno”.

Entonces el mendigo le dice: “el secreto del zurrón es que está hecho de los deseos del ser humano.”

Moral primera: al igual que el zurrón, los deseos de la gente (míos, tuyos y de los demás) son siempre insaciables.

Moral segunda: al igual que el emperador todos estamos dispuestos a perder mucho para satisfacer los deseos, pero, una vez satisfechos, a menudo nos olvidamos de lo conseguido y pasamos a otra cosa sin valorar la primera.

Tal vez por ello veo a tanta gente con la cara nublada.

martes, 10 de diciembre de 2013

Bienvenidos a mil cuentos inventados

Your SEO optimized title Había una vez un barquito chiquitito. Y un príncipe. Y una princesa. Y un león y una liebre. Y un coche y un tren. Y así hasta mil protagonistas.

Escribo por hobby y por afición. Me encantan los cuentos. Enseñan mucho. Llevo aproximadamente veinte años escribiéndolos. He publicado muchos y otros muchos han quedado sin publicar.

Así que por si acaso entretienen, por si acaso enseñan algo, por si acaso le sirven a alguien de algo, me he propuesto escribir mil cuentos. Inventados y no inventados. Basados en la realidad o no.

Bienvenidos a este espacio.

Cuenta Cuentos.