miércoles, 11 de diciembre de 2013

El zurrón mágico y las caras de nube

Cuento inventado uno


De pequeño solía jugar a buscar y encontrar caras en las nubes. Hoy día, sin embargo, no dejo de ver nubes en las caras y las actitudes de la gente. Tal vez se deba a que hay muchas personas tristes en el mundo. O a que me volví viejo y dejé de mirar las nubes.

Me pregunto la razón y me acuerdo de un cuento inventado que me explicaron tiempo atrás.

Érase una vez un emperador de la China milenaria que salió un día a dar un paseo por una de las ciudades de su vasto imperio. Por el camino se encontró con un hombre pobre y de aspecto descuidado que pedía limosna a los transeúntes.

Dando por hecho que el mendigo le iba a pedir una caridad, el monarca se dirigió a él y en tono majestuoso y solemne le dijo: “Hombre, dime: ¿qué quieres que te dé? Yo soy el emperador, todo cuanto ves es mío y todo cuanto ves lo puedo conceder”.

El hombre, muy sencilla y respetuosamente, se atrevió a preguntar entonces: “¿de verdad, señor, me daréis aquello que os pida? ¿De verdad, señor, seríais capaz?”

El emperador, vanidoso, le responde: “yo soy la persona más poderosa de esta tierra, el más fuerte y capaz bajo la capa de los cielos. Así pues, dime qué deseo quieres que satisfaga y yo así lo haré, pues tales son mi poder y mi deseo”.

El mendigo le contesta: “aquí tengo un zurrón. Desearía ver, mi señor, si sois capaz de llenarlo de algo que sea valioso”.

El emperador ordena a uno de sus hombres que llene el zurrón del mendigo con monedas de oro y de plata. Pero cada vez que el zurrón parece llenarse, entonces, como por arte de magia, las monedas desaparecen y vuelve a quedar vacío.

Tras lo sucedido, el emperador, orgulloso, manda traer un carro lleno de oro, gemas, joyas y tesoros de incalculable valor, pues inconmensurable era su fortuna. Y ordena a uno de sus generales que llene con esas riquezas el zurrón del mendigo.

Pero igulamente, cada vez que tratan de llenarlo, el zurrón queda vacío por obra de un encantamiento.

El emperador manda traer entonces todo su tesoro imperial. Dice que nada le es imposible y que él debe llenar ese zurrón porque ese es su poder y su destino. “Incluso aunque pierda mi reino entero, debo llenar la bolsa ante mi pueblo, pues es mi fama lo que está en juego.”

Durante dos días enteros los sirvientes, soldados y adláteres imperiales desfilan por la ciudad acarreando tantas riquezas como jamás se habían visto reunidas en la tierra. Miles de personas se congregan en la zona, deseosas de ver lo que sucede.

Pieza por pieza, el zurrón hace desaparecer todo el tesoro y el emperador pierde su fortuna hasta quedar completamente en la ruina. “Me rindo”, dice.

“No puedo más. Ganaste. Pero dime, por favor, cuál es el secreto de tu zurrón, que nunca queda suficientemente lleno”.

Entonces el mendigo le dice: “el secreto del zurrón es que está hecho de los deseos del ser humano.”

Moral primera: al igual que el zurrón, los deseos de la gente (míos, tuyos y de los demás) son siempre insaciables.

Moral segunda: al igual que el emperador todos estamos dispuestos a perder mucho para satisfacer los deseos, pero, una vez satisfechos, a menudo nos olvidamos de lo conseguido y pasamos a otra cosa sin valorar la primera.

Tal vez por ello veo a tanta gente con la cara nublada.

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