sábado, 8 de febrero de 2014

Tazas llenas, aprendizaje vacío

Cuento inventado dieciocho


En la antigua China milenaria existía un bravo guerrero. Invicto, había combatido en las batallas más grandes y gloriosas. Se había forjado una leyenda.

Entre guerra y guerra, quiso visitar a un maestro en sabiduría, muy venerado por la profundidad de sus palabras y de sus silencios. Decidido, el guerrero quería aprender hasta el más mínimo detalle de su sabiduría, por si podía aplicarla en sus batallas.

El guerrero llegó a la cabaña del sabio. Solo y desarmado. Se lo encontró sentado, meditando al lado del fuego.

Empezó a explicarle al maestro sus muchas aventuras y los éxitos cosechados combate a combate, muerte a muerte. Le habló de los tesoros, de las victorias, de los saqueos, de las mutilaciones, de los reinos que había coquistado, del liderazgo que le infundía a sus soldados y de lo mucho que era capaz de dar órdenes.

Así, explicando sus glorias, el guerrero estuvo hablando un largo rato. Hasta que paró para pedir agua al maestro, porque tenía sed.

El maestro, que hasta entonces había estado callado, le entregó una taza vacía. Luego sacó una tetera que estaba calentándose al lado del fuego y se dispuso a servirle al guerrero.

Al principio, vertió un poco de té en la taza. Pero no se detuvo ahí, y se la llenó del todo. Y tampoco se detuvo. El maestro le llenó la taza al guerrero hasta que la taza se colmó. Y seguía sirviendo y sirviendo té.

El guerrero, que había empezado a hablar hacía un rato, volvió a pararse y a callar. Le dijo al maestro: "Maestro, ¿no os dáis cuenta de que estáis vertiendo el té fuera de la taza? ¿No véis que mi taza ya está llena y no cabe más té en ella?"

El maestro respondió: "exacto, señor guerrero. Usted vino con la taza llena a mi casa. ¿Cómo espera aprender alguna cosa de mí?. A menos que vacíe su taza, no se la puedo llenar con nada".

El guerrero se dio cuenta. Calló, se olvidó de quien era por un rato y, así, empezó a aprender de verdad.

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